Biografia de Elena Albaca Fares

Yo soy Elena. Nací allá lejos en Buenos Aires, séptima hija de un conjunto de ocho hermanos. Cuando yo llegué, el grupo familiar ya estaba conformado. Ellos vivieron hasta entonces en la ciudad de San Miguel de Tucumán donde mi padre tenía instalada su empresa. Corrían años prósperos para el país y para mi familia.

Llegue a este mundo en el año 1920 y, desde entonces comencé mi vida de niña dentro de la clase media alta, en pleno período del Arte Nouveau. . Gozaba de todos los beneficios de una clase social en vías de ascenso con sus códigos y exigencias básicos: maestros particulares, escuelas de primer nivel en un país que ocupaba en aquel momento el cuarto lugar en el mundo. En esa etapa de mi vida, puedo decir que comenzó mi pasión por las artes, basada exclusivamente en el entorno familiar con profesores de música, danza, idiomas, juguetes, muñecas, pintura ,dibujo y todo lo imaginable. Fue entonces cuando conocí a mi primera profesora de dibujo Ester Deretich de origen holandés; era una exilada de la Primera Gran Guerra. Esta etapa de maravillosa nostalgia y experiencias no duró mucho para mí, pues pronto los cambios económicos habidos en el mundo no tardaron en aparecer y con la Gran Crisis de los años treinta mi padre, junto con muchas otras familias de renombre, entró en crisis y su fortuna quebró irremediablemente.

La pérdida del status económico hizo que mis padres decidieran volver a Tucumán y así lo hicieron con todos sus hijos.

Se acabaron los lujos, los gastos superfluos, los maestros particulares, las diversiones cotidianas y comenzó una etapa de lucha, sacrificio, aunque sin perder un status social considerable. Cursé todo mis estudios secundarios en la capital de Tucumán. Y hacia el año 1940 ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras para cursar y recibirme de profesora de Historia y Geografía. Hay que destacar que éramos muy pocas las alumnas ya que se consideraba que las mujeres estaban destinadas al casamiento y no a las ciencias u otras disciplinas. Entrar a una universidad fue mi primera rebelión y no fue la única pues a ella se fueron sucediendo una serie de posturas ante la vida, en desacuerdo con la visión que la mayoría de mis amigos tenían.

El casamiento y la llegada de mis hijos al mundo crearon un paréntesis en mis inquietudes culturales, aunque nunca abandoné mi pasión incontenible por la lectura de cuanto papel escrito cayera en mis manos: Historia, Antropología, Sociología, Estadística, Economía, Política y todo lo referido a la vida del hombre y sus altibajos a través del tiempo. Me especialicé como autodidacta en Sociología a través de bibliografía especifica; así me convertí en la primera mujer socióloga de la época y dicté la materia en establecimientos de nivel terciario y universitario. No obstante debo aclarar que los dos o tres especialistas que vivían entonces me ganaban todos los concursos por el sólo hecho de ser hombres. Aún no se concebía a una mujer como profesora universitaria. Con el tiempo las cosas fueron cambiando.
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Actué en la docencia secundaria y terciaria por más de veinte años. Gané por concurso de oposición y antecedentes a muchos colegas y ejercí como Directora Fundadora de la Escuela de Comercio en la localidad de Los Ralos y en la Escuela de Comercio Nª 4 de la ciudad de San Miguel de Tucumán, paralelamente continué mis estudios e investigaciones sociológicas en distintos campos del quehacer.

Organicé cursos de perfeccionamiento a lo largo de casi treinta años; llevé a cabo relevamientos en cárceles, hospitales de enfermos mentales, barrios miseria, reformatorios de menores.

Mis padres eran de ascendencia fenicia, oriundos de la actual República Libanesa, sometida desde mucho tiempo atrás al Imperio Otomano, por lo cual entraban al país con pasaporte turco. En consecuencia fueron llamados “turcos” y menospreciados como tales pues Turquía ejerció un poder de oprobio, especialmente a los que no profesaran la religión de Mahona. La discriminación social fue dura y me golpeó rudamente, con todo me dio fuerzas para oponerme a ello y lo hice dando charlas, conferencias, diálogos en cuanto lugar y hora se presentara. Así logré cambiar en gran medida la visión popular referida al mal llamado “turco”. Por lo dicho anteriormente, me incliné a estudiar la historia de mi familia en el Líbano y, como producto de ello, redacté un libro de carácter genealógico que me hizo llegar hasta el año 1212 en el que aparece el fundador de mi disnatía. Debo aclarar que mi verdadero apellido es Hobeika y que, al llegar el primer Hobeika al puerto de Buenos Aires, los agentes del gobierno tradujeron el apellido original en su homólogo Albaca. En el censo de 1895, relevado en Argentina, figuran ya dos varones de apellido Albaca, llegados con pasaporte turco y que sí sabían leer y escribir. Los dos huían del Imperio Otomano por razones políticas y religiosas. Estimo que llegaron a Tucumán unos años antes, huyendo de la masacre que el Imperio desató en 1860 contra los cristianos y que costara la muerte, en una sola noche, de cuarenta jefes destacados de mi familia. Ellos eligieron a América, otros se dispersaron por el mundo.
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Durante mis años de gestión me convertí en la referente obligada y autorizada sobre el tema de la inmigración libanesa en Argentina y en esta línea fui co-autora de diversos libros de investigadores extranjeros que arribaban para estudiar el proceso de integración. Colaboré así con especialistas llegados desde la Universidad de Sidney (Australia), de la Universidad de Lión (Francia), de la Universidad Sainte Josef de Beirut (Libano), becarios del Canadá y de otros centros internacionales de estudios.

Ejercí la docencia toda mi vida hasta mi jubilación en el año 1973 y entonces volví a mis primeros amores con el arte. El mismo día en que quedé cesante me inscribí en la carrera de Artes Plásticas y cursé toda la carrera en de la Universidad Nacional de Tucumán.

Corrían los primeros años de la dictadura militar; mis tres hijos estaban estudiando en Facultades distintas; ellos no militaban políticamente pero corrían el mismo peligro que los demás jóvenes perseguidos, torturados, asesinados con o sin razón por la autoridad. Comenzaron los años difíciles, duros, llenos de incertidumbres. Mi casa se convirtió en el refugio de jóvenes que temían ser secuestrados o detenidos. Viví de muy cerca algunos casos concretos de secuestros, violaciones, muertes de jóvenes que yo conocía desde niños y que amaba como hijos Tuve miedo. Mucho miedo por ellos, por mis hijos y por mí misma. En más de una ocasión mis conferencias estaban supervisadas por gendarmes con o sin uniforme que se sentaban entre el público. Creí que el mundo se acababa, que el horror no iba a terminar nunca, que el país no volvería nunca más a la normalidad. Se cerraron los centros de estudios de materias y /o carreras que se consideraban como peligrosas, entre ellas y, en primer término, la temida Sociología, Psicología, Arquitectura. Hice un corte drástico en mi vida: deje de dar conferencias, destruí mi Currículo, regalé mi biblioteca que era considerada como una de las mejores en la especialidad y me dedique exclusivamente al Arte y comencé una nueva etapa con casi sesenta años que en aquella época eran muchos.

Volví a mis primeros amores de la niñez, estudié con ahinco, me esmeré en los resultados, pasé por distintas técnicas y etapas, viajé en varias oportunidades a Brasil donde tomaba cursos específicos en la disciplina., aprendí de todo un poco. De cada viaje volvía enriquecida y con nuevos ánimos para ganar experiencias. Por mi edad no entré en competencias ni concursos. Mi único lema era hacer las cosas de la mejor forma posible. No busqué la fama ni los elogios, ni siquiera el rédito económico; sólo quería pintar y eso es lo que hice. No integré ni grupos ni candidaturas; no me interesaban los premios. Fui pasando de un estilo a otro casi en forma desapercibida, del Geométrico, al Abstracto, a la Neo figuración y otras expresiones. Probé todas las técnicas desde la cartapesta, la vitro-fusión, la tapicería a punta de fuego, el esmaltado, el esmerilado y todo lo que estaba relacionado con el arte. Recibí distinciones y homenajes de las más importantes instituciones de la provincia, cinco designaciones como mujer destacada del año, además de diplomas y plaquetas.

Hacia los años finales de la década de los noventa, sentí como imperativo categórico que, a pesar de mi edad, no podía quedarme al margen de la marcha y los cambios de los tiempos y entré en el complejo mundo de la computación Fue un verdadero desafío, empezar desde cero en un campo en que mis nietos ya eran sabios y en el que yo me sentía desplazada, relegada del progreso de la humanidad. Lo que me costó y aún me cuesta descubrir son todos los vericuetos de los programas, de la Web, del manejo de las imágenes, los colores, los filtros, pinceles, estilos y otros. Sin embargo me siento feliz ante el desafío y, después de cambiar numerosos “maestros”, creo que logré mi objetivo. Mis trabajos en Arte Digital no tienen nada que envidiar a mi propia producción en el plano de las Artes Plásticas, hoy llamadas Artes Visuales.

Pero, en el camino, llegó un momento de reflexión; en el año 19… se descubre en la Provincia de Salta la tumba de tres niños sacrificados a los dioses que datan de más de quinientos años de antigüedad Lo diarios y la TV comentaron profusamente el suceso. Algo golpeó en mí. Fue como una llamada de atención. Mi memoria volvió a los viejos tiempos de estudiante, a mis viejos profesores, a los viejos libros de Antropología y Etnografía y empezó una tarea de descubrimientos.

Hasta entonces y, por mi propia experiencia de mis visitas esporádicas a las reservas indígenas, creía erróneamente que el tema no daba para mucho. Empecé a visitar las bibliotecas universitarias y poco a poco fui descubriendo un mundo desconocido que, a diario, se me hizo fabuloso. Compré libros, viajé, investigué, busqué y me enamoré de toda la cultura pre-hispana y, desde entonces, mi visión del mundo cambió, incluso mi vieja postura referida a las raíces de la nacionalidad. Volví a la Sociología, la Antropología, al mundo de la Iconografía y recién entonces comprendí que necesité cumplir mis noventa años de vida para apreciar algo tan maravilloso que estaba tan cerca y a la vez tan lejos.

En mi etapa de artista plástica estoy incursionando en el uso del acrílico, aplicándolo en temas inspirados en el arte americano que merecen ocupar un lugar de privilegio en el ámbito de los estudiosos.

Hoy con mis noventa años bien cumplidos, haciendo un balance creo que lo único que debo decir es “Gracias por haber recibido y por haber dado tanto, Gracias a los amigos, los hijos, y enemigos que, a lo largo del camino, me permitieron aprender, aprender y aprender. Gracias por comprobar que la vida es maravillosa y, especialmente, gloriosa cuando va acompañada por objetivos claros limpios y honorables. Gracias por confirmar que la marcha de la humanidad da para mucho más y que la lucha por las grandes conquistas aún no ha empezado y que la misma está en nuestras manos siendo obligación perpetuar la lucha por el bienestar del futuro del hombre.”