Nota realizada el día: Domingo 28 de Junio de 2009

 

La artista plástica Elena Albaca, de 88 años, asegura que se animó a hacer arte digital “para no quedarse al margen de la cultura”. Su historia es el retrato de una generación de mujeres -hija de la inmigración árabe libanesa- que se animó a armarse un cuarto propio, como diría Virginia Woolf, en busca de poder expresarse. A las puertas de las nueve décadas, esta señora da lecciones de vida.

Para llegar al taller en el que Elena Albaca de Fares se desquita con los colores hay que atravesar antes un patio estilo árabe español que le hace honor a la estirpe de la anfitriona. Por el ventanal colorido se cuela la luz del día, y el atelier de la calle San Juan es un territorio liberado del ruido del mediodía en el centro tucumano.
En un rincón, un viejo grabador a casete deja adivinar que cuando Elena pinta, la acompaña la música. “Me gusta toda la música, a excepción del jazz, afirma. “¿También el rock?”, le pregunta la cronista. “También. Me gusta la poesía del rock, el tono de denuncia social”, afirma Elena, en un alarde de modernidad. Pero no sólo es el rock. A los 88 años, esta mujer que estudió varias carreras sin terminar ninguna, se le animó a la computadora para hacer arte digital.

– ¿Cómo se le animó al arte digital?
– Yo empecé a hacer arte digital cuando ya estaba jubilada, y eso era una cosa nueva. Tenía 78 años. Apareció la máquina, y yo me dije: “no puedo quedarme al margen de la cultura. Tengo que meterme o meterme en la computación, salga lo que salga,. y creo que cobré un aguinaldo y le dije a un pariente: “che, vamos a comprar una computadora”. Yo no sabía nada, pero nada, de computación.. era como hablar de viajar a la luna. Y empecé e atacar la máquina, hasta romperla. Busqué uno, dos, 50 profesores… Hasta que por fin encontré uno que me dijo: “mire, esto funciona así y así. Yo me dije: si esto funciona para hacer etiquetas de formularios, tiene que servir para algo más. El arte digital todavía no tiene el prestigio que se merece. Porque el artista digital tiene que aprender un nuevo lenguaje. El que pinta con pincel tiene la mano, el pincel y el soporte. Pero cuando quiero ir a la máquina tengo que aprender el lenguaje de la máquina.

– ¿Qué busca usted cuando pinta?
– Busco expresarme, y no sólo con la pintura. También he hecho vitrofusión. Pero por lo general voy a la figura humana. Y en mi muestra actual (que puede verse hasta el martes en la Caja Popular de Ahorros) exhibo máscaras hechas en cartapesta. Las máscaras tienen un valor de revalorización de la cultura indígena, que fue muy rica, pero a la que la Conquista española trituró. Cuando yo vi las niñas de LLullaillaco, no sé por qué, pero me emocioné. Entonces me puse a leer sobre arte americano, y desde entonces me dediqué a rescatar la cultura precolombina. Para hacer las máscaras tomé como referencia las obras de los investigadores del arte de los mapuches y de los diaguitas, entre otros pueblos primitivos.

– Usted es una curiosa de la Historia…
– Yo estudié Historia y Geografía. Me casé dos meses antes de recibirme, pero seguí leyendo. Yo soy una hija del libro, como toda mi generación. El hijo del libro es un apasionado, un buscador. En realidad, yo soy una autodidacta. En mi casa había una biblioteca, en la que había muchos libros en árabe. También recibíamos diarios. En aquella época había no menos de seis diarios en lengua árabe, que se publicaban en Tucumán, en Córdoba y en Buenos Aires. Uno de esos diarios pertenecía a Nallib Baaclini.

– ¿Qué es lo que le ha dejado a usted la cultura libanesa?
– Cuando llegaron mis padres a la Argentina, y hasta que yo tuve 40 años, la discriminación era muy grande. Nos echaban al costado porque éramos “turcos de…”. Eso me llenaba de prevención. Entonces, un buen día, me dije: “yo quiero saber quién soy”. Me puse a investigar, y aprendí el legado del Líbano y de los antiguos, y me sentí orgullosa. Y recién entonces me puse a escribir la genealogía de la familia. Lo que supe en un comienzo fue que en América la familia tenía 100 años. Después descubrí que la familia Albaca cumple 800 años en el año 2012. Lo descubrí gracias a un libro de un sacerdote maronita de apellido Hobeika. Porque el apellido originario no es Albaca, sino Hobeika.

– ¿Dónde empieza la familia?
– En un pequeño pueblo llamado Habaik. De ahí el apellido. “Habaik” es una planta olorosa. Ahora, en 800 años, la familia tiene de todo. Imaginate, en 45 generaciones hay de todo: atorrantes, bandoleros, ministros, embajadores.

– Usted también enseñó Sociología en la vieja Escuela de Servicio Social…..
– Así es. Yo hasta entonces enseñaba Historia en el secundario. Y me interesaba la Sociología porque era muy curiosa. Era la época en la que estaban Lázaro Barbieri, Racho Hernández. Y una vez me encuentro con María Elena Peralta Aguilar, que me cuenta que estaban por abrir la Escuela de Servicio Social. Me llamó para dictar Sociología. Fue una experiencia muy buena, porque las alumnas que cursaban allí lo hacían por vocación. Era un grupo muy bueno, al punto tal que a veces tomábamos exámenes con Lázaro Barbieri en la Facultad de Filosofía, y los de las chicas de Trabajo Social eran mejores que las de la UNT.

– ¿Porqué no prosperó Sociología como carrera en Tucumán?
– Porque era, como Psicología, considerada “peligrosa”, porque ayuda a analizar la realidad social, porque en ese ámbito se habla de la pobreza, del hambre, de las injusticias. Cualquier Gobierno de facto les cortaba la cabeza a todas esas carreras, y no sólo en Tucumán.

– ¿Qué es para usted la vejez?
– La vejez da mucha experiencia. Yo no me siento vieja, para nada. Yo no creo en la muerte, porque si mirás el universo entero, todo es vida, y cuando vos te morís, comienza un nuevo ciclo. No te morís, te transformás en otra cosa. Con ese criterio, yo trabajo para el futuro, y siento necesidad de seguir trabajando, aunque eso no me dé dinero.

– ¿Existe la vejez?
– La vejez existe, pero en la experiencia. Ahora yo pinto con mayor nivel de juventud que hace 20 años. Es decir que la vejez sirve como experiencia, y no como deterioro. Si la ves como experiencia, eso es riqueza; si la ves como deterioro, eso es decadencia.

– ¿Porqué será que la gente le tiene miedo a la vejez?
– En mi caso, a lo único que le temo de la vejez es al deterioro, a perder la independencia, a tener que depender de los
otros. Ahora, cuando la vejez es experiencia, es riqueza pura.

Fuente: http://www.lagaceta.com.ar/nota/332844/Informaci%C3%B3n_General/Si-vejez-experiencia-riqueza-pura.html